lunes, 14 de febrero de 2011

Cuento: "Momentos, Son Sólo Momentos"


*Escrito en Marzo-Abril del 2008.
**Publicado originalmente en el blog Letras de una Sopa, bajo el seudónimo Sopero, en Junio del 2008.

Estaba ahí. Sí, ahí estaba. Un poco asustado, lo reconozco. Pero vivía el momento, el presente. Un presente tan querido, deseado hace tanto tiempo, un presente íntimamente profundo y tranquilo.
Estaba absolutamente concentrado, focalizado en ese instante. Un instante tan simple, como breve.
Mientras, caminábamos y conversábamos. No sé, de la vida de cada uno, de las pocas cosas que nos ha tocado vivir. Las más generales, por supuesto. Apenas nos conocíamos y no cabía otra posibilidad. Y entre palabra y palabra, una mirada, una sonrisa leve, un gesto; delataban que el momento era agradable y que ambos agradecíamos la compañía del otro.
Caminábamos como dos estudiantes en una típica escena de película adolescente. El chico tímido que trata de conquistar a la chica que le gusta y le habla por primera vez, ofreciéndole llevarle los cuadernos con cualquier excusa. “Pero si tú vives para el otro lado”, podría decir ella. Pero una excusa burda y simple salvaría la situación. Si era mentira o no, daría lo mismo. Sería un pequeño sacrificio por un enorme beneficio.
No llevábamos cuadernos ni libros. Solo el peso de nuestras cabezas llenas de pensamientos arrastrada por los pies, a esas alturas del día, ya un poco cansados, pero que hacían un esfuerzo viendo que la mente y el corazón estaban contentos. Nuestras cabezas giraban constantemente, respondiendo al sonido que el otro hacía con sus labios.
Lo hubiera dado todo para que ese momento no hubiera acabado nunca. Para que el camino que precedía a nuestros ojos hubiese llegado hasta más allá del horizonte, sin edificios ni casas, ni veredas, ni gente a nuestros costados que interrumpieran nuestro andar.
Y la verdad es que lo hacía. El horizonte no tenía fin en mi cabeza en esos momentos. Sin embargo, sabía que ese andar tendría un abrupto y duro final. Que las piernas, de un momento a otro, se me frenarían y me dejarían plantado como una estatua en el concreto. Podía sentirlo, pero alejaba ese pensamiento de mi mente.
Pero hay cosas que son inevitables y, querámoslo o no, llegan más temprano que tarde. Aunque a veces de manera demasiado repentina.
Una palabra que no alcancé a distinguir y le hice repetir llamó mi atención. La segunda vez me quedó clara y la palabra “marido” retumbaba con un eco en mi conciencia confundida. Al mismo tiempo que mi cara se desdibujaba, un “aquí vivo”, esperado, pero absolutamente sorpresivo dado el corto trayecto recorrido, nos frenó. Me sorprendió y me trajo de golpe a la realidad. Fue como si todo ese rato hubiéramos estado viajando sobre una nube, suave, lenta y tibia, que nos protegía y nos guiaba hacia un destino incierto pero brillante, que de pronto se desvanece y nos abandona en la frialdad y dureza del suelo.
Un frío “chao” y un beso apurado en la mejilla ponían fin a nuestro encuentro. Para mí, un beso cariñoso hubiese bastado. No digo un beso apasionado, solo un beso amoroso, que denotara un simple “gracias”. Donde nuestros labios se hubiesen unido un segundo sintiendo la suavidad, dulzura y tibio aliento del otro. Un beso que hubiese sellado ese magnífico momento por siempre.
Su mirada, que asomaba por su hombro de espaldas a mí; y la mía eran tristes, melancólicas y se perdieron en la oscuridad de las rejas. La fatal y decepcionante palabra seguía retumbando en mi cabeza.

0 comentarios:

Publicar un comentario