lunes, 14 de febrero de 2011

Cuento: "Gotera"

*Escrito en Abril-Julio del 2008. 
**Publicado originalmente en el blog Letras de una Sopa, bajo el seudónimo Sopero, en Julio del 2008.
 
Son las siete de la tarde. Hora de teleseries. Un hombre prende el televisor en el frío invierno que hiela su oscura pieza esa tarde de lunes.
En medio de su soledad, distraído, mira por la ventana y cae la primera gota. Otras rezagadas la siguen a toda prisa, listas para caer donde les toque: una blanda hoja, un suave pétalo, la áspera y absorbente tierra, la insensible dureza del pavimento o algún ser humano pestilente. Cualquier lugar es buen cementerio para las tristes gotas.

Pero ese día, hay una gota diferente. Es una gota sonriente. Las que la alcanzan a ver se sorprenden y preguntan, amargadas y envidiosas, “¿por qué sonríe esta tonta?”. Las miradas curiosas aumentan a medida que se acerca el fin.
A la gota sonriente, con sus diminutos ojitos cerrados, nada le importa. Absorta en su imaginación nada puede sacarla de su inmensa felicidad. Que la critiquen, la miren con extrañeza, molestia, envidia o desprecio, no la afecta en lo más mínimo. Porque ella siempre ha vivido como ha querido, sin temor a lo que los demás podrían decir. Tiene plena confianza en la suerte que tantas veces la ha acompañado. Y esta no será la excepción, se auto-convence.
Una a una, algunas despidiéndose en un abrazo infinito, otras abriendo sus bocas en un grito ahogado como desesperado, y la mayoría con la angustia y terror reflejado en sus ojos; las gotas comienzan a tocar el lugar que les toca de cementerio, desarmando sus húmedos cuerpos. Algunas, viendo cercano su final, dibujan una mueca tratando de sonreír al saber que caerán en la áspera tierra y al menos serán de alguna utilidad. La mayoría no tiene esa suerte. La de morir con dignidad.
Mientras, la gota sonriente continúa cayendo, tranquila, relajada, confiada. Una pequeña brisa la impulsa hacia un lado, a otro. Ella disfruta el momento y aprovecha los beneficios del viento para acomodarse. Sabe que el momento se acerca y abre los ojos. Mira hacia abajo y su sonría se amplía. Se deja llevar y se siente más libre que nunca.

Una señora, viendo cerca la posibilidad de lluvia, sale al patio a recoger la ropa limpia que esperaba ser secada. A su lado un balde lleno hasta la mitad de agua limpia y que tenía un futuro incierto, espera paciente ser de alguna utilidad.
La señora siente las primeras gotas sobre su cabeza y se apresura. Cuando casi ha terminado, siente un ruido mínimo y se da cuenta que una gota ha caído dentro del balde. La onda que genera todavía se nota. Entonces la señora toma conciencia de que esa es la única gota que ha caído dentro de la cubeta. Extrañada por el fenómeno, pero sin darle demasiada importancia, la toma junto con la ropa y entra a la casa.
Adentro, la señora se siente segura y alegre. Está en casa. Su casa. Porque sabe que allá afuera, como las gotas, hay personas abandonadas que caen en las calles solo para desaparecer y ser olvidadas.
Le llevará té a su marido que ve televisión y reflexiona por la ventana, piensa después.

La gota sonriente, se siente igual que la señora dentro del balde. Y da las gracias por su suerte.
 

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