lunes, 14 de febrero de 2011

Cuento: "El Problema de la Nada"

*Escrito en Diciembre del 2008. 
**Publicado originalmente en el blog Letras de una Sopa, bajo el seudónimo Sopero, en Enero del 2009.

Tengo un problema. Tengo miedo. Mucho. Miro la hoja y me da más miedo. ¿Que qué tiene la hoja? Nada. Ese es el problema. Está tan blanca como hace un par de horas. La luz de la ampolleta en mi escritorio rebota en la blancura de la hoja, encandilando mis pupilas, haciéndolas más chicas que de costumbre. Más pequeñas que mi cerebro en estos momentos de flaqueza mental.

Nada. Ni una palabra. Ni una letra. Ni una línea. Ni una raya. Ni un dibujo. Nada de nada. La nada misma. “Empty”, como diría uno de mis amigos ingleses cuando va por una cerveza al refrigerador. “Zip”, me diría el norteamericano al que le pedí prestado un dólar cuando no tenía un centavo para moverme por Nueva York. “Rien”, es lo que mi pen-pal francesa me hubiese dicho, como leí tantas veces en esos poemas que me enviaba por carta. De puño y
letra. Tiempos aquellos. Dulces, verdaderos, gozosos, honestos; sin las trampas de la tecnología actual. Sin correos electrónicos. Solo el dulce aroma de la tinta sobre el papel. Días, semanas de espera.
Si alguien alguna vez se ha preguntado cómo es la nada, tome una hoja en blanco, póngala ante sus ojos y ya está. Es deprimente, lo sé. Puede que hasta sobrecogedor. Pero en el sentido negativo de la palabra.
Michael Ende, el grandioso autor alemán de ‘La Historia Sin Fin’, exploró el concepto de la nada en el citado libro. Era terrible. La Nada era la mayor amenaza de todas, personificada en una especie de lobo o alguna criatura de forma canina. Esa era la bestia que carcomía y comía el mundo de Fantasía. Todo lo posiblemente visible se iba a negro. Era como si verdaderamente Lucifer, el rey de las Tinieblas, hubiera ganado la Guerra Eterna. Todo pasaba a ser parte del
Principio, de ese momento único e irrepetible donde Dios creó el mundo que habitamos y las cosas que en él viven. Donde había Tinieblas, Él la espantó con Su luz, descubriendo lo que había tras ese manto oscuro. No te confundas, me digo. El blanco, aunque sea el de una luz, también es una forma de Nada. Los dos extremos son malos. Por eso yo quiero estar al centro, para defenderme bien de sus ataques.

Resignado y cansado, cierro mis ojos. Es igual. No veo nada. Sólo lo mismo que en la hoja en otro color y textura. Esperen. “¡Espera!”, me grito esta vez. Ahí hay algo. En medio de la oscuridad y estrechez de mi cráneo se asoman dos manchas blancas. Me acerco. Enfoco mi lente mental. ¡Oh, no! No lo creo. Son dos colmillos. Afilados y sedientos. De hecho, saliva o algún fluido de ese tipo pasea sobre ellos hasta caer. Se asoman entonces dos nuevas manchas. Esta vez son rojas y no son sangre. Adivino lo que es. Es el fulgor, el fuego interior de esa bestia infernal, de ese ser verdaderamente malo. Es el lobo, como el de Ende, que viene por mí. Debo arrancar. Miro al frente y la oscuridad es total. Miro a mis espaldas y la blancura es absoluta. No hay donde ir. Me doy cuenta entonces que estoy donde quería estar: al centro. Una especie de limbo. Un lugar, ahora que estoy, en donde jamás quisiera volver a estar. El lobo comienza su carrera. Corre hacia mí. Sus patas delanteras son rápidas y sus traseras fuertes. Por más que grito, nada se oye. Porque en la Nada, simplemente nada existe. Ninguna cosa ha sido inventada. Ninguna acción ha recibido un nombre. El vacío es lo único que encuentro. Por último, pienso, podría haber paz. Pero ni siquiera eso es posible cuando una situación como la que vivo te desespera mientras esperas ser el postre de alguna… cosa milenaria descongelada quien sabe dónde. A propósito, ya casi está sobre mí. Instintivamente antepongo mis brazos sobre mi rostro a modo de escudo. Mis párpados se estrujan entre sí intentando evitar el dolor visual de la escena siguiente. De pronto, un peso en mi puño me tumba de manera brusca y repentina. Una espada yace entre mis dedos. Con esfuerzo logro levantarla. Apunto hacia delante, cerrando nuevamente los ojos para no ver ese terrible instante. Al minuto siguiente sólo sé que un baño de líquido espeso y caliente cubre mi cuerpo, pero especialmente mi cara. Un olor nauseabundo invade mis fosas nasales. Es espantoso. Vomito, pero no vomito nada.
Sería poco describir esto como miedo. Desconozco el nombre del término que describa algo mayor a eso. Quizá porque no existe. Quizá porque acabo de inventarlo. Sólo puedo decir que si alguien quiere intentarlo, piense en el mayor de todos sus miedos y multiplíquelo por cuarenta. Le aseguro que ni siquiera así sentirá lo que yo siento. La incertidumbre me tiene así. No tengo idea de lo que acaba de pasar. No sé si la bestia está muerta, si desapareció, si reventó mi cráneo con sus colmillos o si me hizo una enorme herida que cortó todos mis sentidos. ¿Estoy vivo? ¿Estoy muerto? Dejo de respirar. Un minuto después no aguanto y exploto, relajando mis pulmones. Jadeo. Comienzo a moverme. Mis manos, primero. Suelto la espada. No hay sonido que registre que lo hice. Posiblemente se fue como llegó. Levanto los brazos intentando limpiar mi cara. Lo que me cubre es tan asqueroso, que aunque lo intente veinte veces no logro mi cometido. Quiero abrir mi boca para darme a mí mismo unas palabras de aliento, catapultadas por la rabia y la impotencia que quieren dominarme. No las dejo que me dominen. Mis labios están duros, tiesos. Imposibles de separar. Pero la Voluntad es mayor y ceden. Si el olor era malo, el sabor es aún peor. Lo sé, lo adivino, me lo imagino: es sangre. Y no, no es la de los cuentos de hadas. No es la de un Príncipe Azul. Es la sangre que proviene de las entrañas del Mundo. Del lado más sórdido del Universo. De su profundidad más absoluta. Su ADN está compuesto por la desidia, la mentira, la pereza, de la lujuria, el deseo egoísta, del “mejor no”, del “mejor después”, del “el fin justifica los medios”; y de cada excusa dicha alguna vez por alguien.
Mi Voluntad lucha por su vida, por sobrevivir. Se va ahogando lentamente en este pantano profundo y movedizo. Lo malo es que cada centímetro que baja se va poniendo más cómoda. Se va sintiendo más a gusto. Se va dejando llevar. Casi siente placer. Incluso… ¡sonríe! Pero algo la interrumpe, la sacude y la saca hacia fuera. Despierta, atónita. Su héroe es el Instinto.
Abro un ojo. Veo. Borroso, pero veo. Abro el otro. Lo mismo. Me doy cuenta que la sustancia, tal como pensaba, es sangre. Y de un color único que espero olvidar pronto. Miro mis manos que comienzan a aparecer. Toco mi cara, que vuelve a florecer. Respiro el aire que llena el cielo y me devuelve la conciencia. Muevo mis pies, que me llevarán a destino, cualquiera que este sea. Observo a mi alrededor. Me maravillo. Ante mis ojos lo tengo Todo. El lobo se ha borrado para siempre. De pronto, lo recuerdo: la hoja está en blanco.

Suena el despertador. Por segunda vez abro mis ojos. Han pasado cinco horas. La hoja está llena. Fin.

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