jueves, 10 de diciembre de 2009

Cuento: REFUGIO

Hace un tiempo el Museo Nacional de Bellas Artes, junto a CelfinCapital, Canal 13, El Mercurio, entre otros; lanzaron el Concurso "Relatos de Colección" para conmemorar los 100 años del Museo (construido precisamente para celebrar los primeros 100 años de nuestra patria) en el marco de la celebración del Bicentenario. La idea era que, basándose y/o inspirándose en una de las cien obras disponibles en la página del concurso, la gente escribiera un cuento, reflexión, relato, etc. Los 2000 seleccionados se llevarían una copia de la edición de lujo del primer libro de la historia del MNBA, con 250 obras pertenecientes a su Colección Nacional.

Afortunadamente, fui uno de los 2000 ganadores, de más de 4000 participantes.

La obra que elegí para inspirarme fue "El Árbol Solitario", de Agustín Abarca.



Aquí les presento mi cuento y, al final, unas imágenes del libro.

Espero sus comentarios y/o críticas.

Saludos!
REFUGIO

Solía llamarlo refugio. Un lugar secreto y misterioso. Aunque no tuviera nada de eso.

Lo descubrí a los ocho años. Suena algo absurdo si lo pienso hoy, cuando se trata de un lugar público y abierto, donde la naturaleza flota por doquier. Pero a mi tierna edad, un lugar como ese, donde podía ser quien quisiera y liberarme de todo, era todo un acontecimiento y un mundo por descubrir.

Había caminado media hora desde la casa de veraneo de los abuelos que cada verano ocupábamos con papá, mamá y mis dos hermanos mayores en esas fechas. El calor de enero amenazaba con dejarme tirado en el camino cuando de pronto veo una mancha verde a lo lejos. El tierno árbol que se desprendía tímidamente del cerro, era el milagro que esperaba antes de regresar desfalleciendo a casa. O peor, no volver. Desde su sombra protectora podía ver el horizonte azul del mar, la playa donde pasamos tantas tardes y los botes diminutos que pasaban de tanto en tanto.

Luego de la siesta bajo su alero, decidí ese día que el árbol y yo seríamos amigos.

Fui poco fiel en mi amistad, lo reconozco. No regresaría a aquel lugar sino hasta tres veranos después. La ausencia de mis hermanos, unos crecidos adolescentes, generaron los espacios necesarios para las cada vez más frecuentes discusiones de mis padres. Una de ellas fue la causa por la que decidí alejarme de la casa y recorrer el camino que me hizo volver a mi olvidado refugio. Y aunque me sirvió de distracción, no funcionó como esperaba, ya que era difícil refugiarme de los recuerdos vivos o del eco de los portazos y los gritos. Fue entonces que lloré, por primera vez, como un adulto.

Mis padres, mientras tanto, sobrevivieron a la tormenta. Hasta hoy, incluso.

Si tuviera que enumerar la cantidad de veces que volví a visitar a mi amigo y las razones para hacerlo, creo que no terminaría nunca: desde el noble y confuso sentimiento de verme enamorado por primera vez; o los simples momentos de reflexión; las tardes de imaginación y fantasía al son de las nubes, viéndolas correr y volar; o los momentos de importantes decisiones, como el primer trabajo, el primer auto o los estudios al extranjero; y la entrega del anillo de bodas a Mariela, por supuesto. Hasta las complejidades de hoy, representadas en el papel medio arrugado que sostengo en mis manos con la dura petición de divorcio que me hizo llegar la Eme. Mi dulce Eme.

Mi suspiro empuja el papel cerro abajo. La brisa lo eleva y lo deja en el mar. Ahí, se deshace. Junto a mis recuerdos con ella y mi ánimo en el suelo.

Pero mi fiel amigo, el árbol, me susurra que la vida vuelve a comenzar.








1 comentarios:

Daniel Valdenegro dijo...

Es un gran cuento, que logra en unos cuantos párrafos hacer al lector rememorar diversos pasajes de su vida y volver a sentir la nostalgia de esos lugares que un día nos hicieron sentir cobijados y seguros.
Felicitaciones Soto Mayor, me gustó la historia.

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